Viniendo de la Plaza de Mayo, camino a conocer el obelisco, me encuentro con el Teatro del Pueblo de Buenos Aires. Un poster con esta foto y una pareja de señores “grandes”- como llaman a los viejos los porteños- me dicen que está a punto de comenzar una obra "sobre la vida de Borges", y yo, borgesiano (por Jorge Luis) y borgiano (por Cesar), no me resisto.
Lo que se viene: Una crítica feroz, que sólo una amante, herida, neurótica y que te conoce demasiado podría dirigirnos.
Puesta en escena por Marcelo Jaureguiberry, “Borges” es el testimonio de un monologuista anónimo- performado estupendamente por Pablo Moro- y con doble personalidad: una seria, intelectual y autoflagelante, y la otra una marica engreída y fanfarrona. Ambas conviven en un fanático de Borges y, por lo tanto, impulsivo lector de Schopenhauer.
Siento que asisto por vez primera a una autopsia (cosa que nunca sucedió en mis clases de medicina legal) y son las tripas de Borges y las nuestras las que salen de la boca del actor. Todo aquello que no podemos hacer ni decir los buenos amantes, de alguien a quien amamos, es con lo que trabaja el excelente guión de Rodrigo García: genio descarado y transgresor, es uno de los dramaturgos mas importantes de España, nacido en Argentina, y cuyo taller lleva un nombre que dice mucho de sus obras :"La Carnicería", pues de verdad que lo son.
Y es que amamos a Borges, pero cuando vemos a una viuda llorar en el cajón de su marido muerto, gramputeando al desgraciado por haberla dejado, pensamos: "ella sí que lo amó". Lo amó y lo odia como mi abuelita, ya con alzheimer, a mi abuelito muerto hace 16 años.
Mientras que el carnicero monólogo de tripas se avalancha sobre nosotros, imaginamos al fan, mirando tras el vitral del café en el que encuentra a Octavio Paz y a Borges en plena tertulia, y sentencia: "Allí estaban... esos dos mantenidos por el estado".
El escenario se va ensuciando y en el momento mas serio, cuando por fin la personalidad tímida se viste de valentía y de todos los libros de Schopenhauer (incluido "el mundo como voluntad y representación" forrado en piel), el fan pregunta a su ídolo:
-¿qué significa para Ud. Schopenhauer?
El ciego visionario responde: "Schopenhauer es el ápice".
En ese clima solemne, la personalidad marica arremete y reniega: "pero qué coño significa ápice, acaso voy a estar cargando un maldito diccionario".
Ápice quizás, porque lo consideraba la punta mas elevada del árbol intelectual, siempre germinando y elevándose, siempre vulnerable y solitario en su cima, porque no calló ante lo ilusorio y defendió la verdad sobre la conveniencia del Estado (de la misma forma actuó González Prada en el Perú), ápice que de no realizarse, puede convertirse en astilla y clavarse en el corazón de todos aquellos amantes de la música con la que nos canta sus sueños ese ciego genial. Astilla que nos duele cuando nos gritan en la cara: "¡¡¡Por qué calló, por qué ante tanto nombre!!!".
Mientras que Videla y otros funestos-odiosos-carniceros nombres de la dictadura argentina, son gritados con un dolor aderezado en pasta de tomate y manzanas reventadas.
La astilla es Borges